¿Cómo formar niños más inclusivos desde los primeros años de vida?: Desde la propia experiencia de ser incluído.
1)Inclusión y pertenencia. Todos queremos sentirnos incluidos y que nuestras diferencias enriquezcan.
Pedrito es un niño de 3 años muy cauteloso. Reiteradamente, se pone tenso al bajar los primeros peldaños de la casa. Su hermano Juan de 6 es bastante más intrépido y tiende a caerse con facilidad. La mamá sabe qué necesita cada uno de sus hijos; Juan demanda más su atención cuando hace una pirueta y salta, Pedrito cada vez que no se atreve a hacer algo. Ambas necesidades siempre han sido vistas como un desafío más que como una “falla” de cada niño. La mamá ha generado instancias para que ambos se ayuden ante la dificultad del otro. Pedrito se apoya de Juan cuando no se atreve y Juan ha aprendido a ser más delicado y prudente cada vez que ayuda a Pedrito.
2) Generar experiencias de pertenencia e inclusión durante la primera infancia, para niños más inclusivos.
Al hablar de inclusión estamos reconociendo el derecho que tenemos todos a pertenecer, que va mucho más allá de integrar o de no segregar. Según una definición de la UNESCO (2005) la inclusión es un enfoque que responde positivamente a la diversidad de las personas y a las diferencias individuales, entendiendo que esto no es un problema, sino una oportunidad para el enriquecimiento de la sociedad, a través de la activa participación en la vida familiar, en la educación, en el trabajo y en general en todos los procesos sociales, culturales y en las comunidades.
Si queremos una sociedad más inclusiva, debemos generar experiencias que permitan sentir a nuestros niños que desde muy pequeños pertenecen a la sociedad, a las organizaciones y/o a nuestra familia; reconociendo y yendo más allá de sus talentos, características individuales, dificultades físicas y/o mentales.
- Experiencias de ser alentado y reconocido individualmente, haciendo sentir que sus características son un aporte valioso al mundo. ¡Hiciste un círculo tú solito, con este color que te gusta mucho!. ¡Con qué fuerza empujas el carrito!. ¡Te pusiste tu vestido, lo lograste!. En la medida en que un niño – independiente de sus características- aprende que puede dejar un impacto positivo y pertenece a una sociedad que lo reconoce y acepta tal como es, puede hacer lo mismo por alguien más. Esta primera experiencia debe recibirse desde sus principales cuidadores, quienes forjan nuestras vivencias más importantes de autoaceptación. Un niño que se siente competente y amado no necesita demostrar que es mejor que el resto.
- Alineación de todos los adultos relevantes, que forman parte de la crianza del niño: papás, mamás, abuelos cercanos, futuros educadores; pertenencia a comunidades inclusivas que hablen un mismo lenguaje y que a través de distintas experiencias de su entorno el niño pueda descubrir que el mundo incluye y acepta a todos independiente de su condición.
- Experiencias de cooperación por sobre las de competencia: Cuando un niño experimenta ser parte de un equipo, donde todos nos apoyamos en nuestras dificultades y potenciamos nuestros talentos para un bien común. Por ejemplo, cuando potenciamos a través del juego la cooperación entre hermanos- más allá de sus características individuales- creamos experiencias de aceptación y desempeño colectivo.
- Permitir experiencias de interacción con personas de distintas realidades, donde se intercambien vivencias, basándose en el respeto y sin por ello forzar la relación. Por ejemplo, si el hermano de un amiguito tiene una discapacidad, permitir que el niño aprenda a relacionarse con él como con cualquier otro, socializando con naturalidad, respetando sus límites personales y ayudándolo a establecer nuevos significados sobre su entorno; por ejemplo; “no todos los niños pueden correr, pero, aun así, este niño puede jugar a la pelota empujando su silla de ruedas”.